El uniforme para la final, las botas, un lado del campo, la cara o la
cruz de la moneda…intentamos incidir hasta en la trinchera desde donde
combatir. Pero jamás elegimos un error. Y éste decide tanto como el mejor de
los aciertos.
Massimiliano Allegri y Luis Enrique lo
tienen ya sobre el papel. Maximizar virtudes, aislar carencias. Pero las
finales poseen voz propia, algo que las distingue del resto de cálculos,
estrategias, cruces…Un único partido. Eso es una final.
La primera consecuencia es el tiempo: lo vertebra todo y no hay marcha
atrás, el margen se apelmaza entre la ansiedad y el marcador. Los minutos
corren o no llegan, pero nunca se detienen. Es algo con lo que salir a competir
por el título más grande, la Champions. Su leyenda habla sobre todo de goles
pero también de minutos: el 92:48 de Ramos en la última en Lisboa, los que
dieron margen a la remontada del Liverpool en Estambul tras un 3-0 inicial, los
que pasaron para que el United le levantara una Copa de Europa que tenía ganada
el Bayern…a muy pocos minutos del pitido final en el Camp Nou. Solo cuestión de
tiempo. Decidir jugar a pronto o a tarde, a derrotar por KO y en el primer
asalto a lo Messi o aguantar los 90 con portería a cero (o casi) al estilo Juve.
O puede que al revés: marcar como Morata en el Bernabéu para dejar casi sin
tiempo de reacción al rival, o hacerlo como Messi, y también en semis, cuando
restaba menos de un cuarto de hora de ese Barça-Bayern. La pregunta es: cuando
llegará el error, forzado o no, decisivo en la final de Berlín?
Piano ma non troppo
La ansiedad no forma parte de la receta italiana. No lo ha hecho
durante toda esta Champions. Ni frente al Madrid, ni contra un rival “menos
favorito” como el Mónaco. Es como si el tiempo marcara un paso preestablecido
por ellos antes de comenzar a jugar. No están ausentes, esta Juve subyace en un
aparente letargo durante el choque. Controla las fases de un partido como
pocos, va en el ADN italiano, y las zonas donde arriesgar y donde no hacerlo. Ya
lo hizo Allegri con su Milan en San Siro, y le salió en la ida, hasta que Messi
apareció en la vuelta. En estas semis con la Juve alejó cuanto pudo a su rival
con un campo de minas cambiante metros por delante del arco de Buffon. El
Madrid intentó mucho, llegó con menos pausa y precisión de lo esperado y cuando
las tuvo apareció el guardián Buffon. Esta Juve pone físico y dinamismo con
Vidal y Pogba, el francés aporta mucho fútbol también, tiene pase capaz de
desarticular metros de intensa carrera defensiva si Pirlo se pone al mando, y
balas arriba, con pólvora incluida, con Morata y Tévez , con espacios o en
transición ambos son dañinos para una línea defensiva adelantada sin un portero
que interprete bien las funciones de “libre”. En definitiva, a la Juventus le
condenaría una defensa hundida sobre Buffon, al Barcelona un portero
desconectado de su ambivalente defensa en 40 metros.
Un dios terrenal
Leo Messi y su factor goleador pesan tanto o más como cualquier
potencia del fútbol actual. Solo no puede, pero sus “amigos” (Suárez y algo más
Neymar) sin su magia tampoco. No al menos como conocemos a este Barcelona. El
10 mantiene sus virtudes del regate en carrera como ese extremo que siempre
fue. Pero desde hace tiempo ha implementado a su arsenal ofensivo la precisión
en el remate, al nivel del mejor 9 de cualquier tiempo, y a toda marcha. La
final de Copa fue impulso en la arrancada del primero, instinto en el segundo
ganando la espalda hacia el primer palo. Las faltas, las paredes, los pases a
lo Xavi ahora que se va…y antes. Penaltis a lo Panenka para buscar otro reto a
superar. En finales como la de ahora ha marcado hasta de cabeza, desde fuera
del área…siempre Messi. Simplemente Leo. Preciso, ágil, voraz.
El imparable no se detiene.
El Coloso de Berlín

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